«El espíritu insaciable jamás se aquieta», nos recuerda el sabio libro de Proverbios 23:1-7. En mi infancia, solía implorar a mis padres por caprichos innecesarios. Incluso hoy, la sombra del deseo de acumular más de lo esencial me persigue. ¿Quién no ha soñado con el enigma de un millón de dólares y se ha preguntado qué haría con tal fortuna? ¿Te ha sucedido y cuál fue el desenlace?
A menudo, ansiamos más de lo que realmente precisamos, un deseo desmesurado conocido como avaricia. Las Escrituras la reprueban, pues desafía los designios celestiales.
Escuchemos el consejo divino en Proverbios 23:1-7: «Al compartir la mesa con un noble, observa con atención lo que tienes ante ti y, si tu apetito es voraz, refrena tu deseo. No codicies sus exquisitos manjares, pues son un espejismo. No te afanes en acumular riquezas; sé sabio y desiste. ¿Por qué fijar tus ojos en riquezas efímeras, que se alzan como águilas y desaparecen en el firmamento? No compartas el pan con el avaro ni codicies sus delicias; pues como piensa en su interior, así es él. ‘Come y bebe’, te dirá, pero su corazón no estará contigo.»
Este pasaje, en sus primeros versos, nos invita a evitar la glotonería y a ejercer control sobre nuestros apetitos, tanto físicos como de deseos. El ejemplo del banquete del rico nos recuerda que no siempre podemos satisfacer todos nuestros caprichos, y que tales anhelos pueden ser ilusorios. Así, el dominio propio se revela esencial para manejar los deseos que podrían conducirnos a la perdición.
En los versos cuatro al siete, encontramos una segunda enseñanza: Dios nos insta a no afanarnos por acumular cada vez más. Quien se afana por lo material es necio, pues todo lo terrenal es transitorio.
El versículo siete nos recuerda que las apariencias pueden ser engañosas; tener abundancia no apaga el deseo insaciable de querer más. El Salmo 10:3 lo confirma al señalar que «el malo se jacta del deseo de su alma, bendice al codicioso y desprecia a Jehová.» La avaricia es una marca del mundo caído, reflejando el pecado intrínseco en cada ser humano, como lo resume Marcos 7:21-22: «Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez.»
La avaricia puede afectar nuestras vidas generando insatisfacción constante y estrés al buscar siempre más, sin disfrutar lo que ya tenemos. Al tener lo necesario, experimentamos paz, satisfacción y libertad del peso de la codicia. Para no ser necios, podemos practicar la gratitud, fijar límites a nuestros deseos y buscar contentamiento en lo esencial. Si todos controláramos la avaricia y estuviéramos contentos con lo que tenemos, viviríamos en un mundo más armonioso y solidario. Oremos para que Dios purifique nuestros corazones de los deseos engañosos de la avaricia.